Muchos siglos atrás, en Persia, un campesino escuchaba cautivado la increíble historia que le contaba un narrador. El cuento hablaba sobre algo llamado “diamante”. De acuerdo al narrador, un diamante era “una gota congelada de luz de sol”; una gema tan preciosa, que cualquier hombre que descubriera una mina de ellas, sería más rico que cualquier rey. El campesino nunca antes había oído hablar de diamantes. Pero ahora que sabía lo que eran,
deseaba profundamente tener entre sus manos tal tesoro.
Sucedía que este campesino era dueño de muchos campos y huertos.
Era un hombre rico. Aún así, desde el momento en que oyó hablar de diamantes, se sentía como un mendigo. La única cosa que ambicionaba en la vida, no podía tenerla. La idea de todos esos diamantes sin descubrir, en algún lugar del mundo, lo torturaba en sueños, Entonces, un día vendió sus tierras y partió en su búsqueda. El campesino anduvo por Africa, Palestina y Europa buscando diamantes. Finalmente llegó a España, siendo un viejo amargado vestido con harapos. Agobiado por la desesperación, se arrojó al mar y se ahogó. Ni una sola vez, en todos sus viajes, llegó a ver siquiera un solo diamante.
Mientras tanto, allá en Persia, el hombre que había comprado sus tierras, descubrió algo sorprendente. Encontró un diamante contenido en una piedra negra. Una investigación más profunda reveló que había, literalmente, varios acres de diamantes escondidos bajo su propiedad. Con el correr del tiempo, ese humilde campo se conoció como la mina de diamantes de Golconda, la más rica que se haya descubierto. ¡Si el campesino codicioso hubiera permanecido en su casa! La riqueza que deseaba hubiera sido suya con tan sólo tomarla.
TESORO ESCONDIDO.
La historia fue popularizada por primera vez por el doctor Russell Herman Conwell, ministro, educador, héroe de la Guerra Civil y uno de los oradores más inspiradores de los Estados Unidos. Hasta su muerte en 1925, Conwell recorrió el país, exhortando a las audiencias a que abrieran los ojos y vieran las oportunidades que estaban frente a ellos. Conwell predicaba que las personas deberían permanecer en sus propias ciudades natales, y hacer lo mejor con lo que encontraran allí. Su conferencia “Acres de diamantes”, que presentó seis mil veces, lo convirtió en el orador más querido y buscado de su época.
“Les digo que tienen acres de diamantes en Filadelfia en el lugar que viven actualmente… dijo Conwell en una oportunidad, a una audiencia en esa ciudad. “De los 107 millonarios con fortunas de 10 millones de dólares (en 1889), 67 lograron su dinero en ciudades con menos de 3500 habitantes. . . La
diferencia no está tanto en dónde uno está, sino en quién uno es. . . Si no logran hacerse ricos en Filadelfia, seguramente tampoco podrán hacerlo en Nueva York.”
Conwell creía que la capacidad para triunfar estaba dentro de cada uno de nosotros, y que no dependía de lo que nos rodeaba, ni de las circunstancias.
Setenta y cinco años después de su muerte, el mensaje de Conwell ha adquirido una importancia especial para nuestra floreciente Sociedad de la Información. Hoy más que nunca, oportunidades se pueden encontrar en las puertas de nuestros hogares, en nuestras oficinas, en nuestras propias computadoras. Pero sería difícil deducirlo a partir de las actitudes de la mayoría de las personas. Demasiados de nosotros contemplamos la Muerte de los Empleos con un temor creciente. Vemos el futuro como un páramo de alta tecnología, donde sólo una elite altamente capacitada conseguirá trabajo. Sin embargo, la verdad es exactamente lo opuesto. Para quienes entienden la lección de Conwell, la Revolución de la Ola 4 ofrece proverbiales acres de diamantes, escondidos bajo nuestras propias narices.
La diferencia no está tanto en dónde uno está sino en quién uno es... Si no logran hacerse ricos en Filadelfia, seguramente tampoco podrán hacerlo en Nueva York.”
PENSAR COMO POBRE.
Lisa Wílber aprendió la lección de Conwell de la peor manera. Cuando la vimos por última vez, estaba llorando en su casa rodante, habiéndole entregado sus últimos 46 dólares al representante de la compañía de servicios eléctricos.
La autocompasión era su compañera permanente. Como el campesino de la historia de Conwell, Lisa se imaginaba a sí misma pobre, y de hecho lo había sido durante casi toda su vida. Su padre era conserje, y su madre secretaria.
Eran personas muy trabajadoras, que siempre habían logrado poner comida sobre la mesa y cubrir con un techo a sus hijos. Pero el glamour y la agitación que Lisa deseaba no los iba a encontrar en la casa de sus padres.
Las revistas y la televisión sólo estimulaban su apetito. Se quedaba pegada al televisor mirando fascinada las intrigas y los juegos de poder que se desenvolvían cada semana en Dallas y Dinastía, Lisa se pasaba horas estudiando los libros sobre la familia Kennedy que sus padres tenían en la mesa de café: las casas elegantes, los automóviles y yates, los rostros bronceados, los niños felices, las tardes lánguidas en Hyannisport. ¡Qué diferente parecía todo aquello a su monótona existencia en la zona rural de Massachusetts!
Afuera había un mundo más extenso, se decía Lisa, un mundo de dinero y oportunidades. Juraba que algún día seria partícipe de esa excitación. Pero, por el momento, su vida no era nada más que una confusión de tareas domésticas y escolares. Su único descanso parecía venir de esas raras y especiales ocasiones en que sonaba el timbre para la madre de Lisa, y una voz familiar anunciaba desde el pórtico el arribo de la vendedora de Avon.
UN SUEÑO DE RIQUEZA.
Lisa recuerda: “desde pequeña, siempre quise ser la vendedora de Avon”. Al igual que los personajes de Dallas y Dinastía, la vendedora de Avon parecía familiarizada con el mundo del dinero y del comercio. Se presentaba definidamente vestida como profesional, abría su bolso de muestras e iba directamente al motivo de su visita. Lisa recuerda: No venía a charlar. Venía a
hacer su trabajo. Era una mujer de negocios. Muy profesional. Yo la admiraba
por eso.”
Lisa deseaba navegar por el mundo de los negocios con esa misma facilidad y confianza. Para ella, Avon Products representaba a un hada madrina corporativa, una fuerza misteriosa capaz de transportarla a un mundo mejor.
Lisa amaba los productos. Su primer lápiz labial surgió de un catalogo de Avon.
También sabía que Avon era una compañía multimillonaria, cuya historia se remontaba a 1886. Su excelente reputación hablaba de dinero, poder y estatus —las tres cosas que Lisa más ambicionaba. Pensaba que si lograba convenirse
en una vendedora de Avon, entonces quizás ella también adquiriría algunos de
esos atributos.
OBSTÁCULO MENTAL.
Los instintos comerciales de Lisa no estaban equivocados. Avon Products realmente representaba el futuro, a pesar de que era una de las empresas más antiguas de los Estados Unidos. El movimiento de venta directa que Avon había ayudado a promover, allá por 1886, recién estaba comenzando a alcanzar su potencial. La revolución económica estaba en el aire. Y Lisa estaba destinada a tener un papel importante en la revuelta que se avecinaba. Pero primero, debía superar un obstáculo mental. Lisa tenía que aprender las lecciones de “Acres de diamantes”. Al igual que el ambicioso campesino de la historia de Conwell, ella nunca estaba satisfecha con las oportunidades que tenía a mano. Su espíritu inquieto la mantenía siempre en la búsqueda de algo mejor, más fácil y más rápido. Como resultado, no estaba preparada para transformar a su negocio Avon en un éxito.
Lisa ingresó a Avon cuando tenía tan sólo dieciocho años. Sin embargo, como sucedía con la mayoría de las cosas que probaba, la novedad se agotó rápidamente. Parecía que vender productos Avon no generaba el dinero que pretendía. Trabajó a tiempo parcial en el negocio, año tras año. Pero nunca le prestó su total atención y, en consecuencia, nunca ganaba más que unos pocos
cientos de dólares por mes. Agotaba la mayor parte de su tiempo y energía buscando otras maneras de sobrevivir.
CAMINOS TRANSITADOS.
La búsqueda de la proverbial olla de oro que Lisa encaró, la llevó por muchos caminos, transitados, pero vacíos. Convencida de que necesitaba conocimiento técnico para triunfar, completó su educación, logrando dos títulos asociados en gerenciamiento y procesamiento de datos. Convencida de que el pago por hora era el tipo de ingresos más confiable, Lisa se ganaba la vida haciendo todo tipo de trabajos extraños, desde limpiar casas a atender mesas.
Cuando las cosas se complicaron, buscó escapatoria a través de viajes. Anduvo a la deriva a lo largo y a lo ancho del mundo, desde Mississippi y Carolina del Sur hasta la isla de Guam.
Mientras se producían todos estos cambios, el negocio de Lisa se estancó. Su complicada agenda de trabajo dejaba poco tiempo para las Ventas.
Y sus constantes viajes hacían difícil mantener su cartera de clientes. Nunca le
faltaron ambiciones. No huía de los desafíos. Pero su energía estaba diseminada en una docena de direcciones diferentes, Como el viejo campesino
tonto de la historia, ella tan sólo encontraba lucha y penuria donde quiera que fuese.
LO MÁS PROFUNDO.
Mientras crecía en Massachusetts, a menudo Lisa se sentía pobre. Sin embargo su concepto de pobreza se limitaba al hecho de tener ropa más barata
que la de los otros niños, en el campamento de verano. Recién cuando se fue de su casa, ella aprendió lo que significaba estar quebrada. En Charleston, Carolina del Sur, estuvo tres meses sin luz ni agua caliente por no pagar las cuentas. Se sentía exhausta todo el tiempo. Su trabajo, las clases y el negocio Avon, la mantenían en actividad permanente. Una noche, mientras trabajaba hasta tarde en un minimercado, se quedó dormida en la caja. El barrio era tan peligroso, que la Policía rodeó el negocio con armas, pensando que alguien le había disparado.
Lisa recuerda: “No pasaba un día sin que me dijera; ‘no puedo tolerar más esto’. Tuve suerte de no tener que comprometer mis principios. Tuve algunos trabajos desagradables, pero por lo menos nunca tuve que hacer nada ilegal.”
LA NORIA.
Lisa estaba subocupada. Por mucho que trabajara, no ganaba el suficiente dinero. A medida que la Muerte de los Empleos gana impulso, la subocupación se desparrama con velocidad epidémica por nuestra sociedad. Un número creciente de personas tratan de compensar sus trabajos perdidos, con varios trabajos menores simultáneos, a tiempo parcial. Pero pronto se encuentran en una noria. Sus comprometidas agendas de trabajo consumen tiempo y energía, pero no brindan nada a cambio. Como trabajan por ingresos lineales, sus esfuerzos no ofrecen oportunidad de crecimiento. La mayoría de las personas subocupadas sueñan con volver a conseguir un trabajo fijo, con horarios normales sueldo decente y buenos beneficios.
Lamentablemente a medida que progresa el siglo veintiuno, los trabajos fijos serán más difíciles de conseguir. La búsqueda de trabajo regular parecerá tan quijotesca en los años próximos como lo fue para la generación de Russell Conwell la búsqueda de minas de oro. Conwell instaba a sus contemporáneos a que se olvidaran de golpear el filón principal de California y que, en lugar de
ello, se ocuparan de trabajos más prácticos. Dentro de poco tiempo, surgirá una nueva generación de Conwells para ofrecer el mismo consejo a quienes buscan trabajo en la Era de la Información. Esta gente visionaria nos aconsejará que dejemos de lado nociones románticas y aventuradas sobre la posibilidad de encontrar un buen trabajo, que dejemos de perder valioso tiempo en currículums y entrevistas, y nos ocupemos de la tarea más realista de construir un ingreso residual, autosostenido.
SIN SALIDA.
Al igual que la mayoría de la gente subocupada, Lisa soñaba únicamente con encontrar un buen trabajo. Y, con el transcurso del tiempo, lo encontró.
Luego de volver a Nueva Inglaterra, ella encontró un empleo como secretaria en una empresa de computación de New Hampshire, ubicada a unas pocas horas de donde ella había crecido. Su nuevo trabajo tenía un sueldo increíble para ella; 20.000 dólares al año. Dos años después, se casó. Parecía que la suerte de Lisa finalmente estaba cambiando.
Pero su reciente felicidad tenía una base endeble. Sin que Lisa lo supiera, la Muerte de los Empleos ya estaba merodeando la tierra. Golpeó sin avisar dos semanas después de su boda. Ese día, Lisa fue a trabajar y se enteró de que ella, y toda su sección, habían sido despedidos. Lisa recuerda: “Lloré todo el camino de vuelta a casa. Todos en mi sección estaban llorando. Estaba enamorada de ese trabajo. Tenía cobertura médica y dental completa. No tenía
ni idea de lo que iba a hacer.”
El esposo de Lisa trabajaba cortando leña y ganaba casi lo suficiente para sobrevivir. Los trabajos eran escasos en Nueva Inglaterra a finales de los años 80. Los periódicos y la televisión estaban llenos de conversaciones sobre tiempos difíciles y recesión. Después de todos los años de vivir a duras penas y de pasar hambre, Lisa no podía creer que estaba sin un centavo otra vez. Se quebró por completo cuando llegó a su hogar, sollozando y rodando por el piso de su casa rodante frente a su aturdido esposo. Lisa admite: “Prácticamente, tuve un ataque. No estoy orgullosa, pero es lo que sucedió.”
UNA BENDICIÓN ENCUBIERTA.
Como siempre, ella veía el agujero y no la sortija. Lo que veía era pobreza, recesión, cuentas sin pagar, un estacionamiento de casas rodantes sucio y un marido subempleado. Rememoraba sus viajes, como el ambicioso campesino de la historia, y llegaba a la conclusión de que todo había sido en vano. Había viajado a los confines de la tierra y había regresado. Había explorado cuanto camino se le había presentado. Pero parecía que Dios le bloqueaba cada movimiento. No quedan dudas de por qué ese día ella se revolcaba por el piso, apretando los puños y pateando. No quedan dudas de por qué lloraba como si la vida misma se le estuviera acabando. Pero de hecho, su vida recién estaba comenzando. Todavía no se daba cuenta, pero tenía “acres de diamantes” muy cerca de su mano. Todo lo que necesitaba era abrir los ojos para observarlos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario